El rebobinador

William Kalf y la copa de nautilo, el hombre-hormiga

Decía Diderot que los holandeses son hombres-hormiga, que llegan a todas las partes del mundo, recogen lo que encuentran de raro, útil o precioso y lo llevan a sus almacenes.

Podemos apuntar que también a sus bodegones. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza posee la Naturaleza muerta con una copa de nautilo, fechada en 1660, de Willem Kalf, un pintor cuya vida se extendió a lo largo de todo el siglo XVII (de 1619 a 1693) y cuya trayectoria es significativa de las condiciones que determinaron las carreras de los artistas holandeses de su tiempo.

Si, en el resto de Europa, los encargos entonces corrían a cargo de la Iglesia, la monarquía o la corte, en el ámbito holandés los comitentes eran esencialmente privados: burgueses urbanos, particularmente aquellos dedicados al comercio marítimo. Esa es la razón de que los temas más cultivados por estos autores sean los interiores domésticos y los enseres que les eran propios, y de que sus telas se caractericen por sus pequeños formatos: aquellos que demandan la proximidad del espectador y también la finura en los trazos.

Además, hay que tener en cuenta que la mayoría de sus obras no se realizaban, ni siquiera, por encargo, sino con el fin de que fueran adquiridas en el mercado: solían ser, por eso, abundantes y su precio, pequeño. La competencia animaba a los artistas a especializarse en determinados subtemas, ésos con los que se podía lograr un mayor éxito: retratos grupales, paisajes de invierno o, en el caso de Kalf, naturalezas muertas denominadas Ontbijt (algo así como refrigerio). Curiosamente, el aprecio (y el precio) de las imágenes se incrementaba a medida que disminuía el tamaño del pincel utilizado, y en consecuencia la riqueza de los detalles.

En vida de Willem Kalf, las naturalezas muertas no eran así conocidas: esa denominación se consolidó hacia 1770, y antes sus nombres eran otros, como cosas en reposo, vida inmóvil u objetos silenciosos. Lo representado en ellas encarnaba el rango más bajo de la naturaleza: lo inerte, opuesto a la dignidad de la dinámica vida humana.

Las academias, cuando aún determinaban el gusto oficial, valoraban las composiciones artísticas no tanto por su calidad, sino por su mismo tema, no quedando los bodegones en buen lugar: ensalzaban los géneros ligados al hombre y sus acciones (temas bíblicos, mitos, guerras) y desdeñaban paisajes, flores, objetos sin vida en definitiva, considerados triviales incluso cuando albergaban contenidos filosóficos o simbólicos.

William Kalf. Naturaleza muerta con copa de nautilo, 1660. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
William Kalf. Naturaleza muerta con copa de nautilo, 1660. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

La belleza de estas imágenes no reside en la suntuosidad o exotismo de los objetos, sino en la sabiduría plástica que exhiben los pintores al plasmar sus texturas y luces: la jugosidad de los frutos, la transparencia de los cristales, el brillo del metal. En la obra del Thyssen, la luminosidad general es tenue, de origen difuso, y esparce resplandores sobre el fondo oscuro. A veces, Kalf insiste en los tonos: el rojo, casi escarlata, del vino; el dorado del limón; el azul de la sopera. En otras ocasiones, los destellos recaen en materiales muy diversos: el cristal, el esmalte de la sopera, el tapiz aterciopelado, el bronce repujado, el mármol pulido de la mesa…

El pintor barroco, en contraposición a la idealización del Renacimiento, busca representar escrupulosamente la realidad natural: la vista es la fuente de su conocimiento y representar lo que se ve se convierte en una forma de comprenderlo. A Kalf le interesa plasmar la identidad individual de sus objetos, hasta un grado exhaustivo y microscópico: el cobertor está plegado para dejar ver el mármol de la mesa, la sopera se abre para que nos asomemos a su decoración interior, la copa de vino está a medias para que nos fijemos en su parte transparente, el limón (tan querido en este género) se pela a medias para enseñarnos la pulpa y la piel.

La minuciosidad en la descripción pictórica de telas, hojas secas, bronces… favorece que el espectador busque el origen de estas piezas, ligado al comercio creciente: la sopera y China, el atlante en el nautilo, la figura a punto de lanzarse a la copa.

Cuando Kalf realizó esta composición, en 1660, los bodegones holandeses ya habían dejado de mostrar banquetes principescos: pavos, confites, langostas, quesos… en un alarde de riqueza, opuesto a la austeridad de las naturalezas muertas en España. Se reduce progresivamente el número de elementos y se extrae belleza de la representación de cada uno y de su disposición: la plata labrada, las copas de cristal, la concha de nautilo sobre montura repujada… Prácticamente eran piezas de coleccionista. Este artista era de hecho, también, comerciante de objetos de lujo.

Quizá la sopera china sea la pieza de más significativos ecos: evoca la pasión por la porcelana, el oro blanco del que habló Edmund de Waal, llegado de China, cuya delicadeza no llegaban a imitar los fabricantes de loza de Delft. Fina y dura, delgada y de peculiar sonoridad al golpearse, era una joya en los ajuares.

William Kalf. Naturaleza muerta con copa de nautilo, 1660. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
William Kalf. Naturaleza muerta con copa de nautilo (detalle), 1660. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Joan-Ramón Triadó. El bodegón. Historia de un arte. Century publishers, 2003

María Bolaños. Interpretar el arte. LIBSA, 2007

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