La quimera: Josh O’Connor nos enseña cómo tratar la belleza cuando abruma

09/05/2024

La quimera. Alice RohrwacherAdemás de un monstruo mitológico digno de las mejores pesadillas, con cabeza de león, cola de dragón y vientre de cabra, y en alguna relación con él, un organismo derivado de la unión de células genéticamente distintas, una quimera es aquello que la imaginación considera cierto o posible, sin serlo. La de Arthur (un Josh O’Connor que consolida meses de papeles interesantes) es encontrar a su amada Beniamina, que desapareció hace tiempo y cuya muerte no ha sido asumida ni por él ni por su madre, una profesora de canto que reside en una vieja mansión italiana, tan deteriorada como llena de interés.

Además de a Beniamina, por quien Arthur vive entre dos mundos, el terreno y el subterráneo (sensación acentuada por el ocasional viraje de 180 grados de la cámara), el protagonista de la última película de Alice Rohrwacher busca antigüedades enterradas, guiándose fundamentalmente por su intuición y acompañándose por un grupo de amigos italianos tan libérrimos como él que viven del hallazgo de piezas arqueológicas ocultas y del comercio con ellas en condiciones muy cuestionables; esa ocupación la compaginan con la organización de entretenimientos populares en la ciudad donde habitan, desfiles entre la rareza y el encanto. En todo caso, todos ellos viven en una alegre miseria, con sentido de comunidad, y tienen en Arthur, puede que por su condición de extranjero, una especie de líder al que respetan a su manera: suyo es el pálpito que les conduce a hallar los ajuares guardados en antiguas tumbas, piezas que adivinamos que contemplan como botín pero también con algún romanticismo. Su cabecilla, como veremos, es quien experimenta mayor veneración por ellas.

Esta tribu pintoresca, y una alumna de canto de la madre de Beniamina (Isabella Rosellini), contraria a despojar a las almas antiguas de los enseres con los que descansaron, componen un ecosistema de bohemios tiernos y estrambóticos que recuerda a algunos grupos de amigos elegidos o coyunturales de Fellini (los de Y la nave va, La Dolce Vita, La Strada), y en su quehacer, ese dar con tesoros que Italia promete revelar a poco que se excave, y que cinematográficamente proporciona imágenes que son pura belleza, a algún filme reciente que recuerda la riqueza sin fin de la cultura de ese país, como La gran belleza o Call me by your name, salvando distancias. En sus maneras, en todo caso, es inevitable relacionar La quimera con el anterior trabajo de Rohrwacher, Lazzaro felice, cercano al realismo mágico, pero también a la parábola; extraño en el mejor sentido y con alta capacidad de atrapar.

Supone un punto de inflexión en la trama de La quimera, y precipita el tono de su desenlace, el hallazgo de un yacimiento etrusco que deja sin palabras a Arthur y que levanta los peores instintos de quienes solo quieren hacer dinero a su costa: de marchantes poco escrupulosos y de algunos de los saqueadores o tombaroli; no de Arthur, que en el instante en que tiene ocasión prefiere que el mar sea el refugio de la cabeza de una preciosa escultura femenina antes de que se comercie con ella, porque, y esta es la frase que define el tono de la película, su belleza no está hecha para los ojos de los hombres. Desde entonces, el grupo se disolverá y Arthur seguirá buscando proezas, que es lo único que sabe hacer, pero ya nada será igual hasta que un desenlace hasta cierto punto inesperado, y sobre todo muy poético, devuelva al espectador la magia de secuencias pasadas, o quizá la posibilidad de creer en los milagros (si se tiene el valor de tirar de un hilo).

Rohrwacher juega, una vez más, con el manejo de la percepción del paso del tiempo, distinto para sus personajes; con un sentido muy particular de la introspección, en la figura compleja del protagonista; y con el hechizo que la cultura, y las referencias al pasado cine italiano, siguen pudiendo suscitar. Evoca también ese pasado al jugar con los formatos o los bordes redondeados, situándonos en un contexto en el que no importa ningún factor objetivo, sino los frutos de la imaginación.

La quimera. Alice Rohrwacher

 

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